Dios todo lo puede: Amar, no juzgar

 



No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. (Mateo 7:1-2)

No saques conclusiones precipitadas sin fundamento, no juzgues situaciones aparentes de las que no has tenido todos los detalles. El único que escudriña los corazones y conoce todas las intenciones del hombre es el Señor, nuestro Padre Celestial. Él tiene un propósito claro y definido para cada persona que ha colocado en esta tierra. Él conoce los porqués de la vida de cada uno. Y si el tema es la vida de otro, ¿en qué medida tendría que ver con tu avance en el camino espiritual, a no ser de que sea para edificación del otro, o propia?

Todos los días nos encontramos con situaciones que afectan a la vida de otras personas y nos preguntamos: “¿Por qué está pasando esta persona por eso? Hay varias especulaciones que más que ayudar o permitirnos avanzar, impiden nuestro crecimiento, al tentarnos a juzgar una situación ajena.

Deberíamos entonces amar más e intentar dejar de lado los prejuicios, que por supuesto, no son motivo para pensar que haya algo malo en nosotros, sino que ellos es parte negativa de nuestra naturaleza humana y por ello debemos evitarlo. Sumemos a ello la sabiduría de Jesús al reafirmarnos: “porque del mismo modo que juzgamos a los demás, seremos juzgados”. Siempre es bueno recordar que el camino de Dios es perfecto. A pesar de las espinas, la tormenta de las pruebas y las adversidades de los valles en nuestra vida, Él es quien conoce las razones para permitir pruebas tan duras. Si es el pecado, si es la disciplina de Dios, si es Él formando el carácter, si es la prueba, no conocemos la motivación que misteriosamente el Señor ha designado para cada uno de sus hijos.

La Palabra de Dios es muy clara: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”. Para nosotros es la ordenanza del amor: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Es por falta de amor por lo que centramos nuestros ojos en la vida de las personas para juzgarlas, condenarlas, cuando en realidad deberíamos amarlas, ejercer la misericordia (Lucas 06:36) y ocuparnos de nuestras propias limitaciones, que impiden que avancemos en la voluntad del Señor para nosotros.

¡Que Dios nos llene de su amor y nos enseñe a amar!

Padre, retira de mi corazón los prejuicios hacia mis hermanos si en algún momento me veo tentado a emitir una opinión negativa de Su situación. Recuérdame siempre Tu verdad, que debo amar al prójimo y edificar, y que, en la misma medida que juzgue a otros, a si seré juzgado. En El Nombre de Jesús, Amén.

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